Opinión FT: Cómo recobrar el control de los barones de las grandes compañías tecnológicas
Los magnates actuales de Silicon Valley tienen una herramienta más poderosa que el dinero para hacer su voluntad.
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¿Acaso el poder de los ricos en la actualidad es diferente a su poder en el pasado? Es una pregunta que he tenido en mente gracias a una conversación reciente que tuve con un famoso inversionista tecnológico de Silicon Valley.
Estábamos discutiendo cómo, a medida en que las grandes compañías tecnológicas han crecido en los últimos 20 años, ha disminuido el número de empresas startup en EEUU, y han aumentado la desigualdad y la polarización política. Él parecía aún más angustiado por esto que yo, lo cual motivó mi propio optimismo: "Bueno, recuerda que antes pudimos frenar el poder de los monopolios; recuerda los barones de los ferrocarriles del siglo XIX". A esto, el inversionista respondió sombríamente: "Sí, pero no podían influir en las elecciones".
Eso no es del todo cierto, por supuesto. Pero, ¿el poder de los ejecutivos de Facebook, Google o Amazon es realmente diferente al de la riqueza concentrada del pasado? La respuesta es principalmente no, pero también, y de una forma importante, sí. Sus modelos de negocio les permiten ejercer el poder desde abajo hacia arriba de una forma que es realmente diferente de todo lo que hemos visto en el pasado.
La influencia económica tradicionalmente se ha impuesto de arriba hacia abajo. Los ricos compraron los medios y el sistema político (mediante donaciones abiertas de campaña y métodos más opacos). A veces financiaron sus propias campañas políticas, como lo está haciendo ahora el multimillonario Michael Bloomberg.
Política y medios
Cuanto más dinero tenían, más exitosos eran sus esfuerzos. Un artículo reciente de académicos de la Universidad de Massachusetts y la Universidad de Texas muestra cuán lineal es la relación entre el dinero y el poder político en EEUU. El estudio contó las donaciones oficiales y varios tipos de "dinero negro". Reveló que en tres períodos electorales ampliamente separados (1980, 1996 y 2012), la relación entre la proporción de los votos de los candidatos de los partidos principales en las elecciones bipartidistas y su parte proporcional del gasto total de campaña se traslapaba en una línea más o menos recta. La relación fue, según los autores, "fuerte para el Senado y casi absurdamente estrecha para la Cámara".
Ésa puede ser una de las razones por las cuales el espíritu empresarial ha disminuido en EEUU. Como analizó recientemente el economista de la Universidad de Nueva York Thomas Philippon en su libro The Great Reversal: How America Gave Up On Free Markets (El gran retroceso: Cómo EEUU abandonó a los mercados libres), hay buenas razones para pensar que el declive de los niveles de competencia en EEUU puede explicarse por las opciones de política, en especial aquéllas que permiten grandes cantidades de cabildeo político formal e informal y contribuciones al financiamiento de campañas. El profesor Philippon sostiene que los mercados europeos son en realidad más libres que los estadounidenses y los niveles de concentración corporativa son más bajos porque hay menos dinero en la política.
Por supuesto, los actuales magnates tecnológicos de Silicon Valley les dan grandes cantidades de dinero tanto a Washington como a Bruselas. Pero también tienen otra forma más poderosa de hacer su voluntad. Y es a través de su propia innovación: el capitalismo de vigilancia. Pueden monitorearnos a cada uno de nosotros cuando estamos en línea y, cada vez más, cuando no lo estamos, mediante nuestros teléfonos inteligentes, automóviles inteligentes o sensores ubicados en un número creciente de productos de consumo y en ciudades inteligentes. Eso les permite dividirnos y conquistarnos de una forma con la que los oligarcas del pasado sólo podían soñar.
Ya hay que olvidarse de influir en el público y las elecciones mediante la televisión por cable o donaciones a políticos específicos. Cada uno de nosotros ahora, gracias al capitalismo de vigilancia, puede separarse como granos individuales de arena. Esto ocurre tanto económicamente —vemos diferentes precios, ofertas e información en línea según nuestro comportamiento anterior— como políticamente mediante mensajes que pueden personalizarse según la persona. Cuantos más datos compartimos, más pueden los algoritmos predecir lo que haremos y guiarnos a los resultados que prefieren los comerciantes de atención.
Si combinamos esto con el hecho de que hay una total opacidad sobre a quién se les dan los mensajes, vemos que las compañías tecnológicas tienen un poder que supera con creces el de los titanes de antaño. Lo mejor que podían hacer los barones de los ferrocarriles en términos de microfocalización era entregar pases de abordar gratuitos a los políticos que les caían bien. El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, ha tenido reuniones secretas con el presidente estadounidense, Donald Trump. Pero lo que realmente le asusta a la gente es el hecho de que su plataforma puede modificar sus algoritmos de forma que nos puede hacer sentir, y potencialmente incluso actuar, de manera diferente.
El poder de las tech
Aún no se sabe si la desinformación en línea realmente afectó o no las elecciones estadounidenses de 2016, el voto sobre el Brexit de 2016 o alguna elección europea. Pero es cierto que algunos líderes de las grandes compañías tecnológicas, incluyendo Eric Schmidt de Google, se han jactado de su capacidad para determinar y anticipar el comportamiento individual. Eso es profundamente preocupante.
La aspirante presidencial demócrata Elizabeth Warren parece tener la voluntad de disolver las grandes compañías tecnológicas. Pero dividir Facebook no será suficiente para resolver el problema del capitalismo de vigilancia. Sólo la prohibición del monitoreo y la microfocalización de individuos resolvería el problema. Solía pensar que una prohibición semejante era extrema. Y, quizás en esta etapa, es imposible. Pero también estoy empezando a preguntarme si podría ser crucial, no sólo para restablecer la competencia en EEUU, sino para rescatar la confianza en la democracia liberal en todo el mundo.